En la época romana se construyeron en la Península Ibérica unos 10.000 kilómetros de calzadas, muchas de ellas precursoras de las actuales vías. Existían dos tipos: las principales, que comunicaban las ciudades más importantes, y las secundarias, que comunicaban el resto de núcleos de población.
Los puertos y la existencia de yacimientos minerales determinaron enormemente la configuración de la red. Además, como las principales ciudades romanas se situaban en la periferia, la red de calzadas se conformó de esa forma. Sin embargo, también se construyeron vías importantes que circulaban por el interior, como la que comunicaba Emérita Augusta (Mérida) y Caesar Augusta (Zaragoza).
Otras vías principales eran: