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Observamos la fragmentación del espacio europeo en numerosos estados, fruto de los abundantes enfrentamientos por el dominio del territorio. Existen estados de larga tradición histórica como España, Francia, Portugal, Reino Unido, Suecia, Dinamarca, etc. Pero otros son más recientes e, incluso, se han modificado en las últimas décadas, tales como algunos estados de Europa central y oriental, la antigua URSS, Alemania y los Estados balcánicos. Hay una gran heterogeneidad dentro de los países europeos, tanto en las formas de estado (monarquía o república), como en su organización administrativa (federales, confederales, centralistas o descentralizados), y también en lo que respecta a la superficie, población, actividades económicas, etc.

En el seno de la Unión Europea se observan dos tendencias, que podrían parecer contradictorias pero que son complementarias. Por una parte, se promueven políticas para incrementar los vínculos entre los estados y, por otra, se fomentan políticas de descentralización en su organización interna, donde están cobrando una enorme fuerza las ciudades, las entidades locales y las regiones.