El turismo fue uno de los tres pilares del desarrollo económico en los años finales del franquismo, junto a las inversiones extranjeras y las remesas de divisas enviadas por los emigrantes españoles. Durante la Transición Democrática, y en el umbral del nuevo milenio, ha sido uno de los factores más importantes del crecimiento económico que, a su vez, ha impulsado el sector inmobiliario. Pero también, en algunas zonas, ha producido transformaciones territoriales con un alto coste ambiental.
El modelo de Benidorm se ha exportado a otras zonas del litoral español. El turismo de sol y playa tiene como imagen simbólica este urbanismo de pantalla de edificios frente al mar, donde se concentra la industria turística. La destrucción del suelo agrario, y de las actividades marítimas pesqueras, se ha producido de forma generalizada en la comarca de La Marina, alcanzando incluso a municipios contiguos del interior.
Frente a esta tipología de apartamentos, hoteles y grandes espacios de ocio masivo, se ha generado en los últimos años del siglo XX una importante oferta de turismo rural. En ella se ha priorizado la conservación y protección del patrimonio natural y cultural, como se muestra en el ejemplo de Monforte de Lemos. En él las viviendas utilizan recursos tradicionales, como las galerías, para protegerse del frío invernal y recoger la insolación a través de amplios ventanales.
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