El descenso de la población activa agraria en España se inicia con fuerza en los años cincuenta del siglo XX y alcanza su máximo en las dos décadas siguientes. En treinta años el campo español pierde alrededor de tres millones de activos, que se incorporan a los mercados laborales de las ciudades españolas y de distintos países europeos. Aunque a fines de los ochenta el mundo rural presenta un perfil laboral propio de países desarrollados, con algo menos de un 10% de población activa agraria, esta última no ha dejado de descender desde entonces (como se observa en el gráfico) y supone en la actualidad menos de un 6%, un dato próximo a la media de la Unión Europea.
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