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El estudio de la población trata de responder a la pregunta de cuántos, cómo y dónde vivimos en un territorio definido por una frontera. Este análisis tiene numerosas aplicaciones, pues permite estimar las necesidades de la población y planificar las diferentes políticas económicas, sanitarias, educativas, territoriales, etc.

Para responder a esas preguntas las escalas espaciales son importantes, pues determinan el sistema de referencia de los datos. Una vez delimitado el ámbito de referencia (municipal, provincial, autonómico, estatal, etc.), es preciso conocer cómo evoluciona la población (crecimiento real) y cómo se distribuye en dicho territorio.

A través de valores absolutos (número de nacimientos, defunciones o migrantes) sabemos cuántas personas están en un lugar, pero para predecir el futuro demográfico y poder comparar unos lugares con otros, necesitamos recurrir a los índices, tasas o porcentajes, es decir, a los valores relativos.

Por su parte, también se pueden conocer las características del crecimiento real de una población, considerando tanto la influencia de los saldos vegetativos (diferencia entre nacimientos y defunciones), como de los migratorios (diferencia entre los inmigrantes y emigrantes). Ambos aspectos condicionan la evolución de la población lo que, a su vez, determina su distribución por grandes grupos de edad. Su conocimiento es fundamental para realizar proyecciones de diversa índole.

Finalmente, la distribución de la población nos permite relacionar la ocupación de un lugar con sus actividades económicas. Según predominen unas u otras y, además, según se organice el modelo económico resultante, así se producirá un mayor abandono de los espacios rurales, una mayor dispersión de la población en el medio periurbano, o una mayor concentración en las ciudades.