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El mapa político del mundo es cambiante. El actual se ha fraguado durante un largo proceso histórico, donde las fronteras han ido variando a lo largo del tiempo, unas veces mediante conflictos y otras, las menos, a través de acuerdos pacíficos. Entre el número de estados actualmente reconocidos por las estadísticas de Naciones Unidas (algo más de 200) existe una gran diversidad, tanto si tenemos en cuenta el momento de su constitución, como la forma de estado (monarquia o república) o su organización administrativa (federales, confederales, centralistas, etc.). Así, por ejemplo, mientras que unos estados tienen una larga tradición histórica -es el caso de España-, otros acaban de ser reconocidos en 2006, como sucede con Montenegro. Un hecho significativo del final del siglo XX es la proliferación de estados tras la desintegración de la antigua Unión Soviética.

Más allá de las fronteras de los estados, si algo caracteriza la situación actual es la globalización de la economía y el carácter transfronterizo de los problemas ambientales; a lo que se suma la mundialización de los modos de vida urbano, y todo lo que ello comporta. Pero también, en el otro lado de la balanza, aparece la universalización de determinados valores éticos como, por ejemplo, los derechos humanos, aunque con una aplicación muy desigual según los estados. El desarrollo tecnológico alcanzado permite, como en ninguna otra época de la humanidad, reducir las distancias en el espacio y acortar el tiempo. Aunque sus efectos positivos son innegables, este cambio de escala en las relaciones humanas no parece estar reduciendo las profundas desigualdades sociales y económicas del mundo contemporáneo.