La distribución de la densidad de población es muy desigual. Las más altas se registran en los Países Bajos, Bélgica, Reino Unido, Alemania e Italia, gracias al desarrollo primero del comercio, y después de la industrialización, que atrajo mucha población y permitió la creación de grandes ciudades. Por su parte, la elevada densidad de Malta se debe a su pequeña superficie.
España tiene una baja densidad de población, similar a la de Grecia, y sólo supera las de Chipre, Irlanda, Lituania, Letonia, Estonia, Suecia y Finlandia. Esa baja densidad oculta las profundas desigualdades que existen entre una costa muy poblada y un interior, salvo Madrid, bastante despoblado.
El crecimiento natural de la mayoría de los países de la UE se encuentra estancado o en regresión, debido a sus bajas tasas de natalidad y de mortalidad. No obstante la llegada de personas, procedentes de países extracomunitarios, ha incrementado en ocasiones las tasas de natalidad y ha reducido, en algunos países, la tendencia al envejecimiento de la población.
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